La ciudad de Casablanca podría visitarse en un día para recorrer los lugares pintorescos, paro para descubrir mezquitas, mercados, barrios en una inmensa telaraña de bulevares y calles kilométricas, meses faltarían para descubrir sus secretos.
Hoy paseo y me adentro en un mercado recreo la vida de sus habitantes, sus costumbres, su pasado, hábitos y forma de vida, pasar de viajero ocasional a habitante temporal cambia la percepción de una misma realidad. La olor a especias lo invade todo, puestos de verduras, pescado, reparación de electrodomésticos, venta de ropa, ferreterías improvisadas, todo en un inmenso desorden organizado.
Trato de pasar inadvertido, soy el único extranjero en el Marché Bard, en una ciudad donde existe una gran diversidad los comportamientos contradictorios marcan la diferencia frente a mi racional pensamiento occidental.
Las calles de la ciudad a mediodía es un caos humano y circulatorio, mientras a la misma hora en los bares sus habitantes toman té mirando siempre hacia el exterior como si fuera lo único importante en ese instante y el mundo se detuviera para ellos.
Los atardeceres llenan el paseo marítimo hacía la Gran Mezquita de viandantes recreándose frente el océano, mirando al norte con los últimos rayos dormitando sobre las olas, se escucha la llamada al rezo desde las mezquitas, mientras un repartidor ambulante vende té caliente. Me encantaría saber que pasa por sus mentes.
Ya de vuelta a casa, reflexión y a descansar.